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Monumento a Julio Argentino Roca, Centro Cívico, San Carlos de Bariloche, Argentina

  • Foto do escritor: Fotografia e Nostalgia
    Fotografia e Nostalgia
  • 15 de out.
  • 22 min de leitura

Atualizado: 15 de out.

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Monumento a Julio Argentino Roca, Centro Cívico, San Carlos de Bariloche, Argentina

San Carlos de Bariloche - Argentina

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Texto 1:

Hay historia detrás de ese jinete que mira hacia el lago Nahuel Huapi, en medio del Centro Cívico de Bariloche. El general Julio A. Roca es un viejo conocido en la Patagonia: fue el responsable de la campaña al desierto y de incorporar al país un inmenso territorio inexplotado. Durante su primera presidencia convirtió a la gobernación de la Patagonia en Territorios Nacionales, creando los de La Pampa, Río Negro, Neuquén, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego. Y gracias a su muñeca política destrabó las ríspidas relaciones con Chile, cuando estuvimos a punto de ir a la guerra por cuestiones de límites.

La Comisión Pro Parque Nacional del Sur, que comenzó a funcionar en 1924, diez años después se transformó en Dirección de Parques Nacionales. El primigenio Parque Nacional del Sur pasó a llamarse Nahuel Huapi, creado en el terreno anexo a las 7500 hectáreas donadas en 1903 por el genial Francisco Pascasio Moreno, junto al lago Nahuel Huapi en el territorio nacional del Río Negro.

Exequiel Bustillo ejerció el cargo de presidente del directorio entre 1934 y 1944. De una tradicional familia porteña, había nacido en Buenos Aires el 13 de marzo de 1893. En 1917 se recibió de abogado en la Universidad de Buenos Aires, y entre 1924 y 1927 fue diputado provincial por el Partido Conservador.

Su abuelo José había combatido en Cepeda, Pavón y en la guerra del Paraguay y un bisabuelo había participado en la defensa de Buenos Aires en las invasiones inglesas.

Se deslumbró con la Patagonia cuando participó en una expedición militar al sur de fines de la década de 1870. En 1931 viajó a la zona del lago Nahuel Huapi y ese año compró 1.250 hectáreas a los que llamó Cumelén, una voz mapuche que significa “que es bueno”.

En junio de 1933 fue nombrado miembro de la Comisión Pro Parque Nacional del Sud y al año siguiente, al fallecer Angel Gallardo, fue nombrado su presidente. Gracias a su inspiración se creó por ley la Dirección de Parques Nacionales, dependiente del Ministerio de Agricultura. Con esta norma se originaron el Parque Nacional Nahuel Huapi y el Iguazú, los dos primeros que tuvo el país.

El propósito de Bustillo fue el de integrar al país un vasto territorio que sentía que estaba olvidado y amenazado, ya que alertaba sobre el expansionismo chileno.

Con la llegada del ferrocarril el 5 de mayo de 1934, la región tuvo un crecimiento y encontró en el turismo el recurso perfecto para salir de la crisis económica que se vivía. En 1938 Bustillo creó la primera Oficina Nacional de Promoción al Turismo Argentino, convencido de que era un factor el crecimiento económico.

El funcionario se había tomado su trabajo muy en serio y se creía un continuador de la obra conquistadora del propio Roca.

Construyó edificios para el funcionamiento administrativo del parque Nahuel Huapi. El 25 de mayo de 1936 inauguró la Intendencia, y luego, las casas de los guardaparques, distribuidas en Villa Mascardi, Huemul, Villa Traful, Espejo, Frías, Brazo Rincón y Villa La Angostura. Organizó el servicio forestal, una estación zootécnica en la Isla Victoria, trazó caminos; construyó depósitos, talleres, muelles, usinas, escuelas primarias y de artes y oficios, hospitales, salas de primeros auxilios, estaciones de ferrocarril y meteorológicas, estaciones de radio e iglesias, en distintos pueblos de la región.

Cuando el arquitecto Ernesto de Estrada, formado con la corriente urbanista francesa, le acercó el proyecto de un Centro Cívico, se maravilló. Edificios públicos, con una biblioteca, un museo y un salón de actos. Incluía una plaza seca para ser utilizada por la comunidad, y no debía incluir ningún símbolo, ni siquiera un mástil.

Pero Bustillo tenía otra idea. En su centro colocaría un monumento al general Roca.

Una vez que el propio Bustillo puso su empeño en conseguir los fondos, el 7 de diciembre de 1937 se firmó un contrato para la realización de la escultura. Para ello se había formado una Comisión Nacional del Monumento, cuyo presidente honorario era el presidente Agustín P. Justo, y que era presidida por el almirante Manuel Domecq García.

El escultor elegido fue Emilio Jacinto Sarniguet, autor de la obra del resero, emplazada el 25 de mayo de 1934 frente al Mercado de Liniers, en Mataderos. Esa imagen sería la cara de la moneda de diez pesos que circuló en la década del sesenta.

Sarguinet puso manos a la obra en su atelier de Juncal 2151, después que la comisión aprobase la maqueta que había presentado. Por el trabajo cobró 18.000 pesos moneda nacional, que se los pagaron en cinco cuotas.

La estatua es de bronce y pesa alrededor de 2.000 kilos. En mayo de 1940 se levantó el pedestal en el centro de la plaza seca.

Se decidió inaugurarla el martes 14 de enero de 1941, en la plaza de Expedicionarios al Desierto, que en un principio se iba a llamar Plaza de la Conquista del Desierto. El Centro Cívico se había inaugurado el 17 de marzo de 1940.

El acto venía de perillas: el 15 de diciembre del año anterior había reabierto el hotel Llao Llao, que había estado cerrado por un incendio que lo había destruido el 26 de octubre de 1939.

El del Llao Llao era un recuerdo amargo para Bustillo. En su plan de promocionar turísticamente a Bariloche, impulsó el proyecto de un hotel internacional de nivel, que tuviera una vista privilegiada al lago. La construcción estuvo a cargo de su hermano, el arquitecto y pintor Alejandro Bustillo, quien había diseñado la catedral local, además de otras obras, como la rambla, el Hotel Provincial y el casino en Mar del Plata.

El hotel abrió el 8 de enero de 1938. A la inauguración asistió Ana Encarnación Bernal, la esposa del presidente Justo. Fue un día terrible para la mujer. Estando allá se enteró de la muerte de su hijo Eduardo en un accidente de aviación. El joven regresaba junto a una parte de la comitiva presidencial que había participado de la colocación de la piedra fundamental del puente Paso de los Libres-Uruguayana.

Cuando el 29 de octubre de 1939 un incendio destruyó el Llao Llao, Bustillo presentó la renuncia, pero no se la aceptaron.

El acto fue a las dos de la tarde. En representación del gobierno habló el Doctor Daniel Amadeo y Videla, Ministro de Agricultura, quien alertó que ese desierto aún estaba despoblado, y que la conquista “no fue una simple expansión de las fronteras”. Destacó la figura de Roca, al afirmar que “admiramos en el general su estilo de pensar y de actuar tan profundamente argentino”.

Por su parte, Bustillo aseguró que “el nombre de Roca es en el sur un verdadero símbolo de su pasado heroico”. Y como lo había hecho anteriormente Videla, remarcó que aún existía un millón de kilómetros cuadrados despoblados.

Además participaron el doctor Clodomiro Zavalía por la comisión nacional pro monumento y el comisionado municipal Víctor Gonella. Estuvieron tropas de la 6ª División de Ejército.

Hay otras esculturas del militar que dieron qué hablar. En la ciudad de Río Gallegos se instaló, el 15 de febrero de 1941 una estatua del ex presidente. Se levantaba en la esquina de las avenidas Néstor Kirchner (por entonces se llamaba Roca) y San Martín. Recordaba dos hechos: uno, la campaña al desierto y el otro el abrazo que el ex presidente se dio con su par chileno Federico Errázuriz el 15 de febrero de 1899 para descomprimir los ánimos por los conflictos limítrofes, que habían llevado a ambos países a una creciente carrera armamentística.

En diciembre del 2020 el monumento fue retirado para poder hacer arreglos a la avenida, que algunos pobladores siguen llamando “ex Roca”. Ante los reclamos de los vecinos porque no se la había vuelto a instalar, un año después fue emplazada en la Plaza de la República, sobre la costanera, en Gobernador Lista y Sarmiento.

A cuatro cuadras de donde por años estuvo dicho monumento, se encuentra el balcón, desde donde habló a los pobladores cuando regresó de su viaje al estrecho.

Bustillo se retiró en 1944, y siguió con su proyecto de concientización de la defensa de las reservas naturales. Murió en Buenos Aires el 22 de mayo de 1973. Si bien cuando decidió instalar el monumento al ex presidente hubo polémica, seguramente no imaginó que la escultura, que mira hacia el lago, sería objeto de controversias que no llevan a ninguna parte. Texto de Adrián Pignatelli.

Texto 2:

Es una historia repetida. Hace tiempo que la figura de Julio Argentina Roca es blanco de ataques furibondos por personajes que a la vez juran por la Patria.

Ahora, la iniciativa corre por cuenta de la Intendencia de la ciudad de Bariloche que en su centro cívico exhibe la estatua ecuestre de Julio A. Roca y que ahora será removida de allí en el marco de una “refuncioanalización” del lugar. Las mismas autoridades municipales que no han sabido -o no han querido- proteger el monumento del constante vandalismo a que es sometido, aseguran ahora que la escultura de bronce será objeto de una “puesta en valor”. Los eufemismos son la regla. Sobre las objeciones técnicas a este traslado ya se ha pronunciado elorfebre Juan Carlos Pallarols. Esperemos que pronto haya quienes formulen las objeciones políticas e históricas.

Porque la verdadera motivación de esta iniciativa la expuso el intendente Gustavo Gennuso. El dirigente, que va por su segundo mandato, es cofundador de un partido vecinal que integró la alianza plural Juntos Somos Río Negro encabezada por el gobernado electo, Alberto Weretilneck.

“Los pueblos originarios se sienten afectados por la presencia de Roca”, fue su explicación, y el motivo que, dice, lo llevó a buscar “un lugar que no sea tan central para la mirada de quien va al Centro Cívico, que es utilizado por todos”. Esconder el monumento, seamos claros.

Con esa finalidad, la estatua ecuestre, que hoy ocupa el centro de la plaza, será desplazada hacia una barranca donde será reubicada “en diálogo (sic) con otros monumentos sobre una línea histórica” que incluirá a Juan Manuel de Rosas y al comerciante Primo Capraro.

También habría una forma de homenaje a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo -cuyos pañuelos blancos fueron pintados hace tiempo en el suelo de piedras alrededor de la estatua ecuestre de Roca, aunque no hay precisiones de si sería en la barranca o en la actual ubicación del monumento al dos veces presidente de la Nación.

Lo llamativo es que el intendente Gennuso, que administró la ciudad tanto bajo la presidencia de Mauricio Macri como bajo la de Alberto Fernández, y se mostró disconforme con la forma en que ambos mandatarios actuaron ante los reclamos de las comunidades mapuches decía: “Los temas hay que abordarlos, si no va creciendo la bola de nieve”.

La iconoclasia antirroquista viene siendo promovida desde hace tiempo, incluso con el frecuente auxilio de los propios ocupantes de las distintas administraciones nacionales, provinciales o municipales que, en vez de representar al país, actúan como idiotas útiles de causas contrarias al interés nacional, alentando los ataques contra el militar que garantizó la pertenencia al territorio argentino de la vastísima Patagonia, cortando así el riesgo de una mutilación más a lo que debió ser una Nación aun más extensa.

En abril pasado, cuando Gennuso adelantó su proyecto de “refuncionalizar la plaza”, no recogió adhesiones “originarias”. Por el contrario, Orlando Carriqueo, vocero de la Coordinadora del Parlamento Mapuche-Tehuelche de Río Negro, le espetó: “Sacar la estatua de Roca no solucionaría el tema de fondo”.

Es más sincero que Gennuso, porque ¿cuál es el tema de fondo? Deslegitimar la existencia misma de la Nación Argentina. Según Carriqueo, “nadie puede negar que la estatua de Roca y las calles que llevan su nombre están cuestionadas fuertemente en la Argentina”. Y precisó: “Roca ha sido un personaje valorado que en la historia por la construcción de un Estado, y lo que nosotros estamos cuestionando es esa construcción del Estado nacionalista”.

Para Carriqueo, no basta con remover el monumento: “Debe hacerse una revisión de la historia, que, para nosotros, es muy cercana, porque cuando se habla de la Campaña del Desierto se piensa que fue hace muchísimo, pero a la Patagonia la incorporaron al Estado argentino después de aquello, hace ciento cuarenta y cuatro años”, expuso.

Es decir que, para contentar a gente como Carriqueo, el intendente se suma a la deslegitimación de nuestra historia. Pero los mismos destinatarios de su gesto, no se lo agradecerán, porque “Roma no paga traidores”. Más aún, exigirán más, como él mismo lo sabía cuando advertía que crecería “la bola de nieve”.

Es justamente lo que están dejando hacer, cuando no promoviendo, las diferentes administraciones desde hace varios años.

Difícil de entender es también el papel de los organismos de derechos humanos que dicen actuar en nombre de una “generación diezmada”. Salvo que crean que los desaparecidos tenían como bandera la fragmentación del país, que lucharon por la deslegitimación de nuestra historia y contra la soberanía del Estado argentino sobre la totalidad de su territorio. Si permiten que el monumento a Roca sea removido para dar lugar a un homenaje a los pañuelos blancos ese es el mensaje que dejarán para la posteridad: que la bandera de los derechos humanos es una cuña usada para la fragmentación de la Argentina.

Y no sólo por la dimensión territorial porque la trayectoria de Roca no se limita a eso. Aunque el anacrónico revisionismo actual intente estigmatizar su figura y encasillarlo como un exterminador de indios, hace tiempo que la historiografía ha reconocido el papel de Julio Argentino Roca en la construcción del Estado argentino. Y en su nacionalización. Los cultores de la Memoria (con mayúsculas) olvidan que fue Roca quien derrotó definitivamente a la corriente porteña y mitrista –unitaria- e impuso la federalización de Buenos Aires –sueño de Juan Bautista Alberdi y tantos otros-, que se convirtió en Capital de todos los argentinos recién en 1880, el año en que él asumió la presidencia. En esa lucha, fue respaldado por hombres de la talla de Carlos Pellegrini, Dardo Rocha, José Hernández -autor del Martín Fierro- y su hermano Rafael, Carlos Guido y Spano, Lucio Mansilla, etcétera. Todos ellos fueron “roquistas”. Y hasta un joven Hipólito Yrigoyen se alineó con el ejecutor de la Campaña del Desierto.

Pero además fue durante sus dos mandatos presidenciales no consecutivos que se promulgaron las leyes que convirtieron a la Argentina en una Nación moderna homologándola al mundo de entonces: educación pública gratuita, servicio militar obligatorio, registro civil, moneda única, territorios nacionales.

Roca fue el hombre que hizo efectiva la autoridad del Estado sobre todo el territorio nacional, un rasgo indispensable en la construcción de la Nación.

¿Cómo se explica entonces que su figura sea blanco de escarnio por parte de quienes alardean de estatismo y de nacionalismo?

En Revolución y contrarrevolución en la Argentina, el gran historiador y polemista Jorge Abelardo Ramos, surgido de la llamada izquierda nacional, respondió magistralmente a los críticos de Roca. Ramos pone la Campaña del Desierto en el contexto de la época, de una Argentina en el umbral de su desarrollo moderno y con fronteras todavía no del todo consolidadas: “Las estancias vivían bajo el constante temor del malón. No había seguridad para los establecimientos de campo. La provincia misma carecía de límites precisos. En sus confines, a una noche de galope, se movía la indiada. (…) Toda la estructura agraria del país en proceso de unificación exigía la eliminación de la frontera móvil nacida en la guerra del indio, la seguridad para los campos, la soberanía efectiva frente a los chilenos, la extensión del capitalismo hasta el Río Negro y los Andes. (…) Las anomalías y fricciones con Chile obedecían en esa época a la presencia de esos pueblos nómades que atravesaban los valles cordilleranos, alimentaban con ganado de malón el comercio chileno del sur y suscitaban cuestiones de cancillería”.

Y, en referencia a la campaña diseñada por Roca, escribe: “Sería de una exageración deformante concebir otros métodos para la época. Algunos redentoristas del indio del desierto derraman lágrimas de cocodrilo sobre su infortunado destino; pero la ‘exterminación’ del indio fue inferior a la liquidación del gauchaje en las provincias federales. (…) El puritanismo hipócrita de los historiadores pseudo izquierdistas juzgará más tarde ese reparto de tierras como expresión de una política ‘oligárquica’. En realidad, la verdadera oligarquía terrateniente, la de Buenos Aires, ya estaba consolidada desde el régimen enfitéutico de Rivadavia, que Rosas amplió y que legalizaron los gobiernos posteriores”.

Además, exalta el otro gran logro roquista: “La federalización de Buenos Aires amputó a la oligarquía bonaerense la capital usurpada y creó una base nacional de poder. El principal factor centrífugo de la unidad argentina era aniquilado. Esa victoria nacional fue obra de la generación del 80″.

Es curioso que sean estatistas los que más atacan hoy a Roca. Sucede que no son estatistas en el mismo sentido en el que lo fue la generación roquista. Aquella construyó el Estado, sus instituciones, impulsó la extensión del alcance de su autoridad, su gobierno y sus leyes a todo el territorio nacional, y pacificó el país.

El “estatismo” actual consisten en un manejo arbitrario de los recursos públicos y un gigantismo de la plantilla de funcionarios, entre otras prácticas clientelares, a la vez que se incumplen las funciones básicas del Estado: educación, seguridad, defensa. Por eso no ven contradicción entre declararse “estatistas” y “nacionalistas” a la vez que atacan a instituciones y protagonistas de la etapa fundacional del Estado y la Nación. Texto de Claudia Peiró.

Texto 3:

“Esa zanja era un disparate”. Así evaluaba el tucumano Julio A. Roca ese larguísimo foso de dos metros de profundidad y tres de ancho que el ministro de Guerra y Marina Adolfo Alsina había mandado a cavar para frenar los malones indígenas, cuya obra estuvo en manos del ingeniero francés Alfredo Ebelot. El destino quiso que en unos de los viajes que Alsina hizo a Carhué, contrajo una enfermedad que lo mató el 29 de diciembre de 1877. El 4 de enero, el día que el ministro fallecido hubiese cumplido 48 años, el presidente Nicolás Avellaneda le comunicó a Roca que iba a ser el nuevo ministro de guerra. Estaba en el interior y viajó a la capital a pesar de estar atacado de fiebre tifoidea.

u primera orden fue la suspensión de los trabajos de la zanja, que ya contaba con 370 kilómetros de largo. Dejaría de lado la estrategia defensiva para solucionar, de una vez por todas, el problema de los malones indígenas. Consideraba que la estrategia de Alsina dilataba la solución al problema. Roca se propuso desalojar a los indígenas del territorio al norte de los ríos Negro y Neuquén, adelantar la frontera, y asegurar los pasos de Choele Choel, Chichinal y Confluencia.

Entre los principales caciques a derrotar -muchos de ellos hacía rato que estaban en franca retirada- estaban los ranqueles Manuel Baigorrita, Ramón Cabral y Epumer Rosas; los araucanos Marcelo Nahuel y Tracaleu; los tehuelches Sayhueque y Juan Selpú y el célebre Namuncurá, el de la dinastía de los piedra, que terminaría rindiéndose en 1884. “Si ellos son de piedra, yo soy Roca”, advirtió el ministro.

Desde aquel lejano mayo de 1770 cuando el gobernador Francisco Bucarelli mandó a parlamentar con una docena de caciques pehuelches, fue arduo el camino transitado en la difícil convivencia con los pueblos indígenas. El refuerzo de las precarias fortificaciones y los planes de expandir la frontera con el indio que planeó la Primera Junta, quedaron en la nada. Por años, el río Salado fue la frontera natural. En 1833 Juan Manuel de Rosas planeó su propia conquista: se propuso correr al indígena hacia la cordillera. Al finalizar había recuperado un buen número de cautivos y de tierras y estableció relaciones amistosas con varios caciques, entre ellos Calfucurá.

En agosto de 1878 el gobierno envió un proyecto al Congreso en el que solicitaba 1.600.000 pesos fuertes para hacer cumplir la ley N° 215, de 1865, que establecía una frontera sobre la margen norte de los ríos Negro y Neuquén. Y el 11 de octubre de 1878 se promulgó la ley 954 de creación de la gobernación de la Patagonia. Las autoridades tendrían asiento en Mercedes de Patagones, hoy Viedma.

Roca movilizó al ejército, cuyos soldados iban armados con los modernos fusiles Remington que podían realizar seis disparos por minuto. Enfrente los indígenas iban a la pelea muñidos de una lanza tacuara, de unos cuatro metros de largo, que en su punta tenía asida una tijera de esquilar. También llevaban dos o tres boleadoras y cuchillo. Cabalgaban, en medio de una gritería infernal, como “demonios en las tinieblas”.

Roca pretendió formar una fuerza numerosa pero dividida en pequeños cuerpos que se moviera rápido. “El mayor fuerte para guerrear contra los indios y reducirlos de una vez, es un regimiento o una fracción de tropas de las dos armas, bien montadas, que anden constantemente recorriendo las guaridas de los indios y apareciéndoseles por donde menos lo piensen”.

En total serían 23 expediciones, cada una de ellas de 300 hombres. En tiempo récord, se logró movilizar a 6 mil soldados, 800 indios amigos, y se reunió 7 mil caballos y ganado vacuno para alimentación. En el medio de la campaña cuando se terminaron las vacas, lo que se consumió fue carne de yegua. No solo iban soldados, sino también un grupo de curas para evangelizar a los indígenas; incorporó a científicos extranjeros que estaban en el país desde la época de Sarmiento y cubrió la expedición el retratista Antonio Pozzo, que dejó un valioso testimonio fotográfico.

Entre los caciques que cedieron guerreros para el ejército se cuentan al borogano Coliqueo, al pampa Catriel y a los tehuelches Juan Sacamata y Manuel Quilchamal.

La expedición tuvo cinco divisiones operativas: la 1ª con Roca y su jefe de estado mayor coronel Conrado Villegas; la 2ª, a órdenes del coronel Nicolás Levalle; la 3ª, con el coronel Eduardo Racedo al frente; la 4ª bajo la dirección del teniente coronel Napoleón Uriburu y la 5ª con el coronel Hilario Lagos. De esta última se desprendieron dos columnas, una con Lagos y otra con el teniente coronel Enrique Godoy. Cada una debía llegar a un punto preciso.

Así como lo había hecho Rosas, en esta operación también se dispuso de columnas que salieron de distintos puntos. La del salteño Napoleón Uriburu salió desde San Rafael, Mendoza, al frente de la 4ª División y debía dirigirse a Neuquén. Fue la que se llevó la peor parte, porque además de las bajas temperaturas y el extenso territorio que debió cubrir, luchó contra indígenas armados con Remington provistos por chilenos a cambio de ganado. En el camino fundaron un fortín que dio origen a la ciudad de Chos Malal.

La que comandaba Roca partió de Carhué hacia la isla de Choele Choel. Racedo, futuro gobernador de Entre Ríos, partió de Villa Mercedes, en San Luis. Hacía dos años que luchaba contra los ranqueles y eliminó toda resistencia en esa zona. Cayó de sorpresa sobre los toldos de Epumer Rosas y tomó centenares de prisioneros. Levalle salió de Carhué hacia las tolderías de Namuncurá, que debieron correrse unos cien kilómetros más al oeste. Lagos, desde Trenque Lauquen debía dirigirse a Toay. También salió del mismo lugar Villegas con 300 hombres y con varios baqueanos, en busca de Pincén, a quien capturó en Malal, con otros 33 indios, aparte del rescate de cautivos y de hacienda.

De la campaña participó Rudecindo, el hermano menor de Roca. Se dedicó a transitar los territorios bañados por los ríos Atuel y Chapaleufú. A fines de 1878 hizo fusilar a unos 50 ranqueles enviados por los caciques Baigorrita, Namuncurá y Rosas que buscaban parlamentar, quienes habían ido confiados por un tratado de paz que habían firmado meses atrás. Finalizada la campaña, fue ascendido a coronel graduado.

La meta que Roca se impuso y que mantuvo en secreto era que el 25 de mayo de 1879 debía celebrarlo en Choele Choel. En Buenos Aires tomó el tren a Azul y de ahí se dirigió a Carhué, de donde partió el 29 de abril. Se transportaba en una berlina, donde le era más cómodo para trabajar con los mapas, documentos y libros. Cuando el 14 de mayo cruzó el río Colorado, homenajeó a su antecesor y bautizó el lugar como Paso Alsina, en el actual partido de Patagones.

Tal como lo había planeado, el 24 de mayo de 1879 llegó a Choele Choel. A las 6 de la mañana del 25, se tocó diana, se izó la bandera, hubo banda militar y misa. Estuvieron en el lugar una semana.

Estaba acompañado por Ignacio Hamilton Fotheringham, un inglés que había sido dado de baja de la marina de su país, veterano en todas las batallas de la guerra del Paraguay y que fuera amigo personal de Dominguito Sarmiento. En la confluencia de los ríos Limay y Neuquén, hubo una bienvenida con clarines y tambores del Regimiento 6 de Infantería de Línea. En un telegrama al presidente Avellaneda, el jefe militar destacó que “en ninguna parte se siente uno tan cerca de Dios como en el desierto”.

Contemplando la fuerte corriente del río, Roca ofreció un premio a quien cruzase a la otra orilla. Los que lograron atravesar las turbulentas y por demás heladas aguas fueron Fotheringham y el mayor Fábregas. El premio se lo llevó el inglés por ser de mayor graduación. Ese lugar es hoy conocido como Paso Fotheringham.

Al no encontrar indígenas, cuatro días después estaban de regreso en Choele Choel. En el vapor “Triunfo” se dirigió a Carmen de Patagones donde fue recibido por los vecinos como un héroe. Y en la cañonera “Paraná” arribó el 8 de julio por la mañana al puerto de Buenos Aires. Era la primera vez que navegaba. Dejó el mando de las tropas a Conrado Villegas.

La campaña dejó un saldo de por lo menos 14 mil indígenas muertos, producto de combates en campo abierto o en ataques sorpresivos a tolderías. Hombres y mujeres fueron separados para evitar la descendencia. Miles de mujeres y niños fueron condenados a una vida de semi esclavitud como servicio doméstico con familias porteñas. Los chicos también eran apartados para siempre de sus madres, en medio de escenas desgarradoras, y su destino era decidido por la Sociedad de Beneficencia.

Los guerreros prisioneros fueron empleados como mano de obra barata en estancias, en trabajos agrícolas en el oeste, en yerbatales y en algodonales en el noreste, en obrajes madereros o en ingenios azucareros en el norte. Otros fueron enrolados en las filas del ejército y la marina. Los que el gobierno consideraba más peligrosos, fueron confinados a la isla Martín García donde rompían piedras para el empedrado de la ciudad de Buenos Aires. Muchos murieron por la mala alimentación y las enfermedades.

Los caciques sobrevivientes no tuvieron más remedio que someterse y pudieron vivir tranquilos en parcelas asignadas por el gobierno.

Se recuperaron centenares de cautivos y el Estado tomó posesión de 500 mil kilómetros cuadrados de territorio, mucho del cual fue repartido entre políticos, hacendados y militares.

Las operaciones continuarían algunos años más. Los caciques Namuncurá y Baigorrita, aunque debilitados, aún no habían sido sometidos. Los malones, que se habían convertido en una pesadilla durante los gobiernos de Mitre y Sarmiento, terminaron. Pero a esa altura Roca, a sus 35 años, preparaba su siguiente empresa: la de ser presidente. Texto de Adrián Pignatelli.

Texto 4:

Según el historiador Ricardo de Tito, la decisión de remover –o destruir– el monumento a Julio A. Roca emplazado en la plaza central de Bariloche –sitio visitado por miles de personas al año– "es controversial. Mi objeción contiene un abanico de cuestiones –de contenido y metodológicas– que, creo, deberían considerarse dado que no se trata de una cuestión de simpatías o preferencias personales (¿Colón versus Azurduy?)".

"Comenzaré por plantear el tema desde un ángulo que, justamente, pone en cuestión la cultura de la cancelación. Toda mi generación fue educada en el ninguneo al “tirano” Rosas. Sus años apenas ocupaban unas páginas en los manuales de historia y, mientras Rivadavia o Lavalle eran endiosados, el Restaurador no merecía sino condenas sin matices. La educación impuso así modelos de seres ejemplares –San Martín y Belgrano, intocables; Moreno el “numen de Mayo” y Sarmiento “el padre del aula”– como era antes con la vida de los santos", afirma.

Continúa: "Menem resolvió repatriar los restos de Rosas y ahora su monumento ecuestre mira al de los Españoles en la misma esquina que hacía tiempo lucía el de Sarmiento y hoy no nos sorprende Rosas con su rostro en los billetes, como tampoco el perfil de Evita, otra figura impensable en mi juventud cuando Perón, como Rosas, era solo un dictador".

Luego aclara: "Resulta que la campaña al desierto de Roca no fue la primera sino la tercera con un mismo plan. La de los tiempos virreinales abortó; sobre sus huellas Rosas avanzó hasta el valle de río Negro y tomó posiciones en Choele-Choel entre 1833 y 1834, sometiendo o disciplinando a los aborígenes de la pampa (tehuelches, salineros y ranqueles); y Roca encabezó la que culmina en 1884. ¿Es que se repite aquel viejo modelo de juzgar y hubo acaso campañas “buenas” y otras “malas”?"

Por último señala que "si adoptáramos en serio –y en serie– la idea de enjuiciar a todos los protagonistas de nuestra historia y, en base a esos juicios, “barrer” los que nos disgustan, me temo que será hora entonces de ir anulando en todo el país nombres de ciudades y pueblos y obras públicas y de cambiar todas las calles del país por números. Tengo opinión sobre la gestión de Roca y condeno el maltrato y la usurpación a los pueblos originarios, pero en el tema que nos convoca me inclino por consultar a los especialistas y por tomar decisiones desapasionadas luego de un debate democrático y pluralista que involucre a toda la comunidad".

Por su parte, el historiador Pacho O'Donell se preguntó: "¿Qué hubiera pasado si la Argentina no ocupaba la Patagonia? La Conquista del Desierto es, sin duda, el aspecto más criticable de sus gobiernos, por el militarismo excesivo ante un enemigo mal armado y poco orgánico; también es criticable el destino que se dio a las extensísimas tierras conquistadas repartidas mayoritariamente entre la oligarquía agrícola ganadera. Pero de lo que no se puede dudar es que de no haber sido por la decisión de Roca es más que probable que la Patagonia no sería hoy argentina con las consecuencias imaginables. Alentaba en nuestro vecino Chile la intención de hacerla propia, como lo demuestran mapas en sus actuales libros escolares en que puede verse a la Patagonia como parte del originario territorio chileno luego perdido por el supuesto expansionismo argentino".

Continuó: "La astucia del “Zorro” se puso en evidencia por haber emprendido la campaña en tiempos en que Chile estaba enzarzado en su guerra contra Perú y Bolivia por lo que le fue imposible abrir otro frente obviado una guerra que en otras circunstancias hubiera sido inevitable. También, para quienes hemos estudiado la época, sorprende que Gran Bretaña no la haya ocupado siguiendo su estrategia de dominar las comunicaciones entre mares, como lo hizo en Gibraltar y en Suez".

Luego afirmó que "la Patagonia hubiera servido mucho mejor a dicho fin que las Islas Malvinas. Por otra parte las andanzas del autoproclamado Rey de la Araucanía y la Patagonia, Orellie Antoine I en 1860 y 1871, que han sido tomadas a broma, es de sospechar que encubrieron el interés del imperio francés por nuestro sur. El autor de la ley 1420 de educación gratuita, obligatoria y primaria, y de la ley de Registro Civil y de la Doctrina Drago. requiere un debate de alto nivel historiográfico. El mismo que pondría en discusión el nombre de Rivadavia para nuestra avenida más larga".

Para finalizar, volvió a preguntarse: "¿Cuál de nuestros próceres puede tirar a primera piedra? Texto do Clarín.

Texto 5:

Ahora que la decisión de la municipalidad de Bariloche es correr el monumento de Roca del centro de la plaza del Centro Cívico, es bueno recordar la historia de su emplazamiento. En el diseño original del conjunto arquitectónico esa escultura no estaba y se incluyó sólo como moneda de cambio del financiamiento que hacía falta para terminar la obra.

La inmensa mayoría de la obra pública con la que el Estado nacional transformó Bariloche en tiempos de Exequiel Bustillo a cargo de la dirección de Parques Nacionales, durante la llamada Década Infame, tuvo como arquitecto a su hermano, Alejandro, que pero el Centro Cívico es fruto de la creatividad de Santiago de Estrada, un profesional de carrera al que le costó imponer su proyecto.

De Estrada era arquitecto de Parques Nacionales. Bustillo no apreciaba demasiado su capacidad, según se puede leer en su biografía «El despertar de Bariloche». De todos modos, la idea de crear un conjunto de edificios oficiales a semejanza de muchas ciudades europeas terminó imponiéndose.

“De Estrada se apareció una mañana en mi despacho, desplegando un plano, que representaba su primer trabajo. Era nada menos que el proyecto del Centro Cívico, un conjunto de edificios públicos que precisamente necesitaba Bariloche, con una armoniosa plaza en su centro y que constituía una masa arquitectónica concebida entre arte y gracia, que sin duda entraba por los ojos”, escribió Bustillo.

A finales de la década de 1930 no había fondos para terminar la obra y Bustillo urdió una estrategia que permitió la fluidez del dinero pero con un condicionante: debía tener en el medio de su plaza la estatua de Julio Argentino Roca, que en 1879 encabezó la campaña del Ejército hacia las zonas australes ocupadas por pueblos originarios.

El general Roca, con 36 años, llegó con sus tropas hasta la isla de Choele Choel. No pisó el suelo de Bariloche.

Su hijo, Julio Roca, era vicepresidente del gobierno de Agustín Justo, fruto del fraude electoral que signó esa década. Bustillo lo convenció de conseguir el financiamiento a cambio de plantar en el medio de la plaza del Centro Cívico una estatua ecuestre de su padre.

Se lo encargaron a Emilio Sarniguet, el escultor que también hizo El Resero, en el barrio porteño de Mataderos. Y se lo presentaron al vicepresidente en el Palais de Glace de Buenos Aires.

La imagen no es de un general de 36 o 37 años sino de un anciano tan abatido como su caballo. Al hijo no le gustó, cuenta Bustillo, pero de todos modos gestionó el financiamiento y en 1940 el Centro Cívico pudo inaugurarse, con su plaza llamada Expedicionarios del Desierto y la estatua de Roca, cuyo pedestal sí fue diseñado, con cargo a Parques Nacionales, por Alejandro Bustillo. Texto de Martín Belvis.

Nota do blog 1: O monumento continua em sua locação original (2025), no centro da praça, conforme fotos do post. Inclusive, ao contrário do que os anacronistas queriam, o monumento foi restaurado e estão estudando cercar o monumento para evitar vandalismo.

Nota do blog 2: Data 2025 / Crédito para Jaf.


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